lunes, 3 de octubre de 2016

El alma de Harlem


Dos fallos (y medio casi) de tres confirman dos cosas:

1- Que Marvel es capaz de equivocarse (aunque eso ya lo sabíamos)
2- Que Netflix no es la panacea.

Y sí, llamo "fallo" a Luke Cage, porque, como Jessica Jones, es una serie fallida. Una que, como aquella, no tenía por qué serlo. Una que, como aquella, tenía suficientes elementos para triunfar, y sin embargo no lo hace.

Pero mientras que la de la detective privado fallaba por su excesiva duración, Luke Cage falla por no tener ni idea de qué es lo que quiere ser. Quiere ser la historia de un "working class hero", del héroe de una comunidad muy humana, pero también quiere ser un thriller policiaco, una historia de mafia, y, por encima de eso, una historia de superhéroes con todo lo bueno y lo malo que conlleva eso. Y falla porque intenta equilibrar lo imposible en lugar de escoger una de esas cosas y tirar para adelante. Falla porque ese pastiche no podía hacer otra cosa.

Luke Cage abre en su primer episodio con una estampa muy humana, una barberia de barrio en la que las viejas generaciones y las nuevas hablan de baloncesto. Se nos presenta una realidad costumbrista, de chicos sin figuras paternas, ex-presidiarios redimidos y madres solteras. Y durante sus primeros episodios, el peso de Harlem y sus habitantes están ahí. Pero es en el tercero (en ese final extraño y totalmente fuera de lugar) en el que se rompe el artificio y la naturalidad y se sacrifica lo "humano" por lo poderoso.

El problema sin embargo no radica solo en ese cambio tonal, si no en que cuando da ese paso, prefiere quedarse en tierra de nadie a pisar con firmeza y Luke Cage, la serie, se queda entre el costumbrismo del cameo de Method Man y los villanos pintorescos de planes rocambolescos e invenciones de pura ciencia ficción. Y no llega.

No llega porque se olvida del barrio tanto tiempo que cuando decide acordarse (en el mentado cameo del miembro de Wu Tang Clan o en ese momento en la pelea final) ya no nos importa. Y no nos llega porque a esa trama rocambolesca de tebeo barato la lastra la necesidad de conservar un realismo del que está pidiendo a gritos deshacerse.

Si Luke Cage optase por cualquiera de las dos cosas, tanto por la historia de barrio que pide a gritos ser como la loquísima historia comiquera que se asoma a ratos en su segunda mitad, funcionaría de forma maravillosa. Pero esa posición que toma, quedándose en medio de un modo tan jodidamente tibio lo destruye todo.

No quiero que suene esto a que la serie me ha parecido horrible, como digo, tiene un montón de cosas rescatables. Un reparto buenísimo que cuando quiere está perfecto en su rol, un héroe carismatico, un villano (durante la mitad de la serie) con matices y personalidad que funciona, una banda sonora y una dirección geniales... pero es en el tono, la trama, y las intenciones, donde todo hace aguas.

Luke Cage no es horrible. Pero Luke Cage da exactamente igual.

Aún así quedan Puño de Hierro y los Defensores. Quizás aún quede esperanza para Marvel en Netflix. Recordemos que su Fase 1 (con aquella hedionda El Increible Hulk, la soporifera Thor y las -en general- fallidas Primer Vengador y Iron Man 2) salvó las naves gracias a Vengadores. Quizás aún pueda ocurrir el milagro.

Y si no, siempre nos quedará Daredevil.

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