sábado, 20 de agosto de 2016

Excesivos excesos


Supe que estaban haciendo The Get Down cuando el año pasado vi Dope y busqué a su protagonista Shameik Moore, porque en aquella película me había sorprendido para bien y no tenía ni idea de quien era. Y, sobre el papel, parecía una serie que podía ser interesantísima. Hecha por Netflix y sobre los orígenes del hip hop, no solo como movimiento cultural, sino como movimiento de la cultura pop en general. Esas historias me encantan y, oye, con la plataforma online que nos había traído joyas como Orange is The New Black, Daredevil o BoJack Horseman (tengo pendiente la review de esta) ¿Qué podía salir mal?

Entonces salió el primer teaser, y en letras grandes se leía un nombre, BAZ LUHRMANN. Y el miedo se apoderó de mi.

Para los que no conozcáis al director australiano, el tipo es el genio detrás de joyas de lo excesivo y lo hortera como Moulin Rouge, Romeo+Julieta o la versión con Leonardo DiCaprio de El Gran Gatsby. Mis esperanzas de encontrarme ante un drama urbano serio que retratase una de las épocas más importantes de la cultura pop se desvanecieron casi por completo. Con esa persona detrás me temía lo peor. El primer trailer no ayudó tampoco y auguraba algo más cercano al trabajo anterior de su productor que a la serie que esperaba ver.

Y una vez vistos los primeros seis episodios mis miedos se han confirmado.

The Get Down es el excesivo y hortera retrato de una Nueva York y un Bronx de finales de los 70 decadentes y coloridos. Es una serie que pasa del realismo en pos de lo estético, que prefiere contarte una fábula mágica sobre una pareja de enamorados amantes en una ciudad que se destruye a su alrededor que algo veraz e histórico que refleje la américa cambiante que existía en aquella época. Y, sí, de vez en cuando se permite meter ciertos detalles, no ya históricos, que no, si no que reflejan eso, pero siempre bajo el filtro horterísima de Baz Luhrmann, que sí, solo dirige el piloto, pero ha supervisado todo lo demás.

Personajes absurdos y coloridos como Shaolin Fantastic, gangsters que parecen sacados de un cómic de Luke Cage de la época, productores musicales con pelucones de carnaval, bandas callejeras sacadas del clásico de culto The Warriors y muchos números musicales son las cosas que uno puede encontrarse al entrar en esta serie. La serie más cara de Netflix, por cierto. Esta serie es más cara que Daredevil. Más cara que Marco Polo. Esta serie cuesta lo mismo que Juego de Tronos.

No ayuda tampoco nada que la historia quiera ser como ciento veinte cosas al mismo tiempo, o que tenga unos diálogos de risa y unas interpretaciones extrañas y en algunas ocasiones pasadísimas de vueltas (qué cojones le pasa a Giancarlo Esposito en esta serie). Es, en definitiva, una serie que, mirando todos sus elementos desde fuera y por separado, parece aterradora. Parece la mayor mierda que nadie podía haber ideado nunca.

Y sin embargo...

Sin embargo sus primeros seis episodios a mi me han gustado. Quizás porque entré en su juego. Quizás porque una vez superado el susto del piloto, ese excesivo piloto de hora y media, que tiene una edición que es como un puñetazo en la boca desde el primer minuto, entendí de que iba la cosa y decidí dejar de esperar nada. Y empecé a disfrutar de sus variopintos personajes hasta el punto que Shaolin Fantastic se ha convertido en uno de mis personajes del año. Empecé a disfrutar cosas como que Jaden Smith interprete a alguien que roza (si no es) la autoparodia hasta el punto en que se convirtió en una de mis partes favoritas de la serie. A disfrutar sus números musicales horterísimas y sus gangsters de dibujos animados (que hacen, sin embargo, cosas muy alejadas de los dibujos animados). De su estética. De su ritmo.

Y cuando me quise dar cuenta, para mi sorpresa, me había enganchado a esta serie.

No es una serie perfecta, ni mucho menos. Es una serie que ganaría enteros sin la historia de la puertorriqueña y su familia cristiana, sin la trama política (porque tiene trama política, porque FUCK EVERYTHING), sin gangsters, sin durar una hora cada episodio y si se centrase de verdad en la música y en la cultura urbana de aquella época. Pero siendo el producto que es, viniendo de quien viene y teniendo todas esas cosas en cuenta... hay mucho que disfrutar en The Get Down.

Es un producto tan pasadísimo de vueltas, tan hortera, que resulta fascinante. Sobre todo resulta fascinante que funcione.

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