jueves, 9 de abril de 2015

La televisión no es para mí


Ayer, en vista del éxito de audiencia, decidí darle una oportunidad a Ocho apellid...digo Allí abajo, la nueva serie de Antena 3. Como las comparaciones son odiosas, más allá de ese chiste no volveré a mencionar la comedia de Emilio Martínez Lázaro, que sin parecerme la apoteosis cómica al menos me sacó una sonrisa de vez en cuando y consiguió el milagro de que un tipo como Dani Rovira no me diese ganas de vomitar. Pero, como mínimo, merecía un comentario, ya lo siento. Esta serie nace a raíz del éxito de aquella película, por más que la idea estuviese pensada de antes. De no haber existido aquella película es poco probable que tuviésemos esta serie.

Y todos seríamos más felices.

Allí abajo es una serie muy mala. De humor muy cuñao y de tópicos medievales. No me importan los tópicos si están bien hechos, soy el primero que es capaz de reírme de mí mismo y como vasco la verdad es que tenemos muchas cosas con las que hacer chistes. Somos brutos, somos cerrados, somos una sociedad absolutamente matriarcal, estamos enamorados de nuestros amigos y hacemos deportes absurdos que incluyen cortar troncos, levantar piedras y jugar al frontón sin raqueta. Y eso sin mencionar el nacionalismo. Hay mucho humor que hacer en Euskadi, muchos tópicos de los que reírse, la serie de Antena 3, lamentablemente, no utiliza ninguno de ellos.

Euskadi en Allí abajo es una sociedad medieval en donde una de las ciudades más importantes, Donostia, está poblada de paletos que jamás han salido de su barrio y viven completamente incomunicados con el resto del planeta aparentemente. Entiendo, o quiero entender, que la idea era presentar al vasco como un hosco garrulo, el resultado, sin embargo, es que nos han pintado como a una suerte de Paco Martinez Soria en La ciudad no es para mí pero, ya sabéis, muy enfadados siempre. Porque eso es muy de las mujeres vascas, estar muy enfadadas siempre. Y bendecir autobuses. Eso también es muy vasco.

No os voy a engañar, no aguanté el episodio entero. Fui incapaz. Como siempre, la productora, en un alarde de genialidad, pensó que era una gran idea hacer un episodio de comedia de hora y diez minutos, algo que cualquiera que esté medio acostumbrado a ver series de verdad sabe que es de locos y en esta serie se traducía en que, después de aguantar medio episodio (tal cual), tuve que quitarlo por agotamiento justo en el momento en el que empezaba la trama de verdad. Apenas vi, por tanto, a la coprotagonista, Maria León. Y apenas vi Sevilla, claro. Porque tardan más de veinte minutos en llegar, porque es imprescindible pasar tanto tiempo en Euskadi cuando la serie se ambienta en el sur, y presentar a todos los amigos durante veinte minutos cuando la coprotagonista no ha aparecido. Quiero pensar (porque quiero ser una buena persona) que esto no es culpa ni de los guionistas, que serán unos mandados, ni del director, que será otro, que la excesiva duración viene por culpa de una cadena de televisión que no entiende como debería funcionar el prime time en España y a la que cosas como ritmo narrativo o contar una historia bien son conceptos extraños que no conoce y no le importa no conocer.

Pero ese medio episodio me sirvió para hacerme una idea clara de por donde iba a ir la serie. Además de los tópicos de troglodita (porque eso no eran chistes de vascos, lo siento) la serie tardó dos minutos en Sevilla en meter un chiste de Semana Santa y cofradías, la mitad del humor andaluz se basaba en lo simpático, rápido y raro que hablaban sus personajes, y hasta me dio tiempo a ver a Mariano Peña (que es DE HUELVA, joder) pasándolo con su acento andaluz tan mal como Eva Gonzalez con su acento castellano, y haciendo un ridículo espantoso por el camino, claro. El protagonista, Jon Plazaola, no se muy bien que estaba intentando hacer tampoco ¿Soy el único que pensó que esta serie tenía que estar protagonizada por Gorka Otxoa?

Vamos... que todo muy mal.

Sin embargo la serie se ha coronado como el mejor estreno de la historia de la televisión, por delante del histórico estreno de Aída. Un éxito sin precedentes, que, de nuevo, pone en evidencia la verdad absoluta de que al parecer la televisión no es para mí. Si debiera o no serlo es una discusión más larga en la que ya si eso entramos otro día.

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